Vivimos en un mundo, para mĂ, aburrido: un mundo de estadĂsticas, de nĂşmeros, de algoritmos. Un mundo que nos empuja a un modo de vida casi Bilardista: resultadista, homogeneizado, eficiente, desprovisto de belleza. Aburrido. Lo veo en mi profesiĂłn —la publicidad—, lo veo en todos lados y lo veo hoy en el tenis: cada partido parece repetir una y otra vez los mismos patrones de juego hasta el hartazgo. Hay dĂas en que dejo el canal de tenis en la tele por horas mientras me dedico a otras cosas y al final, con honrosas excepciones, siento que habĂa estado viendo un partido de ocho horas de duraciĂłn en el que, por arte de magia, a los jugadores les cambian los colores de las chombas y los estilos de peinado.
Patrick Mouratoglou, actual coach de Naomi Osaka y excoach de Serena Williams, dijo hace poco (parafraseo) que el revĂ©s a dos manos no tenĂa demasiado sentido en el tenis actual. Entiendo yo que se prioriza la eficiencia por sobre todas las cosas. Fundamentalmente, por encima de la belleza. Ya casi no quedan jugadores en el top ten masculino con revĂ©s a una mano. Tsitsipas, Musetti o Dimitrov —segĂşn dĂłnde se ubiquen en el ranking ATP semana a semana— son algunos de los Ăşltimos exponentes, dentro del top ten, de aquel exquisito y abandonado arte.
El tenis de hoy es un tenis de nĂşmeros, de cálculos estadĂsticos, de márgenes milimĂ©tricos. Un mundo en el que no hay lugar para la estĂ©tica. ParecerĂa que la belleza en el tenis es una idea olvidada, antigua y demodĂ©. En este mundo, los nĂşmeros parecieran ser innegables, inapelables. La discusiĂłn del GOAT se terminĂł cuando Novak Djokovic sacĂł una luz en el contador a sus dos competidores por el tĂtulo de «El Más Grande de Todos los Tiempos”, ganando un par de Grand Slams más que Rafa y Roger, y que terminĂł de confirmar con su medalla dorada en los Juegos OlĂmpicos de ParĂs. Los nĂşmeros mandan.
Pero permĂtanme ofrecer un punto de vista alternativo. DĂ©jenme pecar de inocente, o de romántico. Desde mi idealismo, una serie de principios casi estĂşpidos que decido defender a capa y espada, medir la grandeza sĂłlo en funciĂłn de nĂşmeros es de básico, de ignorante, de gente de poca sensibilidad, de amateur de la vida. Es de gente que no quiero en mi equipo: gente sin vuelo, sin sensibilidad, sin creatividad, sin arte ni poesĂa. Para mĂ, la grandeza requiere otra forma de medida. Yo, la mido en belleza. A mĂ, los nĂşmeros no me emocionan. Los nĂşmeros no me llenan el corazĂłn. Los nĂşmeros no me ponen la piel de gallina. No los recuerdo, no me quedan grabados en las retinas, me resultan francamente olvidables. Los nĂşmeros carecen de poesĂa. Tal vez sea sĂłlo yo, pero en mi corazĂłn, la belleza manda. Y creo que en el mundo en el cual vivimos hoy tambiĂ©n. Paso a explicar.
Es innegable que vivimos en un mundo absolutamente visual. Las redes sociales mandan. Hoy son los memes los que dicen más que mil palabras. Nos comunicamos en forma de imágenes. Cualquier ser humano en el planeta intentando sacarse una selfie dispara más fotos en unos pocos segundos que sus progenitores en toda una vida. El mundo de hoy es “aesthetic”: el café, el cóctel, el plato, el look… todo debe ser lindo, limpio, impecable, net.
Esto, que parece una crĂtica al mundo moderno, no lo es: es simplemente un hecho, una realidad. “Factos” (facts), como dirĂa el hijo de un amigo mĂo. En este mundo regido por la estĂ©tica, ÂżcĂłmo definir la grandeza? Si pensamos en el tenis como fenĂłmeno deportivo mundial, como espectáculo que convoca multitudes, como contenido de social media, como show, a mĂ los nĂşmeros (como la lluvia a Antonio Birabent) no me inspiran.
Debo admitir: a mĂ me gustarĂa que el tenis fuera el deporte más grande del mundo. Trabajo para ello. He realizado campañas publicitarias para promocionar este amado deporte. Desde mi punto de vista profesional, para que esto suceda, el tenis debe que ser atractivo estĂ©ticamente. Lisa y llanamente, lindo de ver. Lo dijo Roger tras su retiro: “Me resulta difĂcil ver un partido completo… quizá vi uno entero el año pasado”. Hoy, el pĂşblico en general no ve tenis por televisiĂłn; hoy se ve tenis en el telĂ©fono, y en 6, 15, o 30 segundos. Me sucede a menudo: lamentablemente me resulta más fácil reconocer el estilo de juego de cualquier influencer tenĂstico que el de cualquier top veinte del mundo. Por eso, para que el tenis se vea más, se tiene que ver lindo. Señoras y señores, es hora de volver a levantar la bandera del jogo bonito en el tenis. Entiendo que los que saben puedan apreciar la Ă©pica de un rally ganado en la pelota 2547. Totalmente válido. Pero, en mi no muy humilde opiniĂłn, para que el tenis sea más grande, más que atletismo, necesita belleza.
Y la verdad es que el tenis es un deporte al cual la belleza se le da de manera natural. La encontramos por donde se la mire: en los inmaculados pasillos verdes del All England Lawn Tennis Club, en el hermoso naranja de las pistas de Montecarlo que contrastan a la perfección con el azul del Mediterráneo, en los impecables uniformes de los oficiales del US Open.
ÂżNo serĂa hermoso volver a encontrarla en manos de los jugadores? Dejemos las estadĂsticas para los analistas. Nadie paga una entrada para ver a una planilla de Excel. Dejemos los nĂşmeros en las computadoras, en las bases de datos, en el cerebro de los periodistas más memoriosos. A mĂ dame esos jugadores por los que vale pagar una entrada, esos que te llenan los ojos de belleza, admiraciĂłn y ocasionalmente de lágrimas.
Dame a Edberg moviĂ©ndose cual Julio Bocca con su eterno saque y red; dame a Becker tirándose de palomita para atajar una volea cual Greg Louganis; dame la muñeca izquierda de Johnny Mac; dame la muñeca derecha del Mago Coria; dame esos ángulos ridĂculos del Rey David, esos que desafĂan todas y cada una de las leyes de la geometrĂa; dame a Carlitos, cĂłctel explosivo de violencia y mano, de drives furibundos y drops quirĂşrgicos; dame la exageradĂsima y hermosamente antiestĂ©tica derecha-zurda del Rafa, y dámela a la carrera generando un torbellino de polvo de ladrillo a su paso; dame a Gaby y todos sus maravillosos golpes; y dame todos los reveses a una mano de Rogelio desde Australia 2017 hasta su retiro; dame su SABR; dame aquel drop humillante a Berdych en Miami; dame la Gran Willy a Dabul bajo las luces del Ashe; dame aquel mágico no‑look a Gulbis en Madrid.
En este mundo de seis pulgadas en el que vivimos, si se trata de tenis, dame tenis del lindo. Porque para mĂ la grandeza se mide asĂ: en momentos, en flashes, en “abrires y cerrares de ojos’’, en suspiros, en pupilas que se expanden, en gritos de admiraciĂłn en aplausos interminables, en reflejos rotulianos que nos hacen saltar de la silla, en puntos que quedan tatuados en la memoria. Larga vida al revĂ©s a una mano. Larga vida al toque sutil. Larga vida al que amaga un tiro para ejecutar otro. Larga vida al saque y red, al ángulo corto, al drop y globo, a la Willy. Larga vida a la sutileza, a la magia, a la belleza. Larga vida al juego bonito. Porque para mĂ, el tenis… que sea hermoso o que no sea..