Ivana Amores aprendió a pelear mucho antes de pisar un tatami. Aprendió a pelear contra la vida misma, contra las pérdidas, contra la adversidad, contra ese destino que más de una vez quiso dejarla fuera de combate. Hoy, a sus 23 años, sigue batallando. Ya no solo arriba del tatami, también en jaulas, en la calle, en oficinas de empresas buscando sponsors, en colectivos y trenes que la cruzan de un extremo a otro de Buenos Aires.
Ivana quiere estar en el Mundial de Taekwondo ITF de Croacia 2025. Clasificó hace unos meses, pero como tantas otras veces, su primera pelea será por conseguir el dinero para viajar.
Nacida y criada en Morón, en el conurbano bonaerense, Ivana conoció el taekwondo gracias a su papá. Fue él quien la llevó por primera vez a una clase. Fue él quien la acompañó en sus primeros torneos. Fue él quien sembró la semilla de un amor que nunca dejó de crecer. “Mi papá era fanático de las artes marciales desde chiquito, pero nunca lo dejaron practicar deportes de contacto. Entonces él volcó eso en mí”, cuenta Ivana con un tono de voz nostálgico.
Con tan sólo diez años iba a recibir el primer gran dolpe: su papá murió de cáncer a los 35. “Él me llevaba, me iba a buscar y se quedaba conmigo. Compartimos juntos el amor por la disciplina. Siempre venía conmigo pero nunca se animó a practicar porque creía que como por su edad ya no podía”, recuerda.
Fue entonces que, después de la muerte de su papá, Ivana sintió que tenía que seguir practicando como una forma de honrarlo. “Lo hacía por mí y por él. Era como un legado”, asegura en diálogo con Infobae
El taekwondo fue su refugio, pero también fue una vía de escape ante una vida que no le regaló nada. Tras la muerte de su padre, Ivana, su hermana y su mamá quedaron prácticamente en la calle. Se mudaron a la costa por cuestiones económicas y empezaron de cero. “Siempre fue remar y remar. Yo me quedé con mi mamá y mi hermana, y hoy en día me banco todo por mi trabajo. Si tuviera el apoyo de mi papá todo sería más fácil, él era un re laburador y nunca me faltó nada en relación al deporte”, confiesa.
Durante años, el taekwondo fue puro esfuerzo y pasión. Compitió, sí, pero desde lo recreativo, sin imaginar que podría llegar más lejos. Pero algo cambió en 2018, cuando a los 16 años decidió que quería competir en serio. “Me di cuenta que si quería llegar a un Mundial tenía que salir de mi zona de confort. Empecé a moverme, a buscar otros maestros, a entrenar en otros lugares”, relata. Así fue como dejó su viejo club en Morón y recaló en la Academia BBG, en Caballito, bajo la tutela de Esteban Lafuente.
Ese mismo año vivió su primer torneo importante: el Panamericano en Brasil. Viajó sola con ayuda de sus padrinos, mientras que su hermana y su mamá no pudieron acompañarla por cuestiones económicas. Terminó tercera entre 45 competidoras. “Sentí que había fracasado, que los había defraudado. Con el tiempo entendí que perder también es parte del camino”, dice.
Los años siguientes fueron una montaña rusa. En 2022 viajó a Eslovenia, vivió su primera Copa del Mundo, y comenzó el sueño grande: el Mundial. Clasificar no fue fácil. Pasó por tres selectivos, cambió de categoría, ganó, perdió, se reinventó, hasta que en 2023 logró la clasificación a Finlandia. Pero cuando parecía que todo se acomodaba, la vida volvió a golpearla.
La empresa donde trabajaba y que también era su sponsor la despidió sin causa, sabiendo que estaba a punto de viajar: “Fue terrible. Ellos me pagaban todos los viajes, me bancaban la estadía, el aéreo, me apoyaron un montón, pero de un momento para el otro perdí mi trabajo, y con el trabajo mi sponsor”.
“Sabían que tenía la posibilidad de ir al mundial y me echaron un mes antes. Pedía la justificación y no me la daban ni me sabían explicar por qué. Tuve muchos problemas con mis compañeras mujeres por el hecho de que me hayan sponsoreado. Me han cortado mi ropa de taekwondo en el baño, a ese nivel”, se lamenta.
“Yo ya no sabía cómo hacer para juntar los tres mil dólares que costaba el viaje. Si no fuera por un sponsor que apareció de la nada, no hubiera podido viajar”, relata. Su debut mundialista fue efímero, pero igual de valioso. Ganó su primera pelea por walkover, y en la segunda perdió en los últimos segundos, en un fallo polémico. “Se me fue todo en cuatro minutos, pero yo estaba feliz, al margen de que si ganaba sólo iba a recibir la medalla y un título porque no había premios económicos. Había pisado un tatami mundial y ya nadie me podía quitar eso”, afirma.
Sin tiempo para lamentos, 2024 la encontró explorando nuevos terrenos: la jaula.
Ivana firmó su primer contrato profesional y recibió dinero por hacer lo que la apasiona tras ser convocada por Kombat Taekwondo, una franquicia estadounidense que trajo una mezcla de taekwondo y MMA a Sudamérica.
Ella aceptó el reto y debutó en Brasil. “Era todo nuevo. Cambiaba el espacio, los guantes, el reglamento, la cabeza. Imaginate que mi entrenamiento estuvo apuntado a la jaula porque no es lo mismo moverse por el tatami, que si te pegan te podes ir corriendo y salir, a una jaula que te arrinconan y chau, no te podes ir. En el taekwondo si golpeás fuerte te descuentan puntos. Acá querían que lastimes. Fue durísimo mentalmente. Me rompieron la cara, fue muy loco todo”, cuenta.
Una nueva polémica terminó en derrota por fallo dividido. Incluso el propio dueño de la franquicia le dijo que había ganado. “Me sentí estafada. El presidente del evento me dijo: ‘Mis ojos te vieron ganadora, no se que vieron los jueces y no me pudieron explicar por qué perdiste’. Fue una decepción enorme. Yo le puse el alma y me cagaron”, admite.
Esa frustración la arrastró hasta la Copa del Mundo siguiente, donde no pudo rendir como esperaba. “No estaba enfocada, me pasaba las noches llorando. Fue un golpe que todavía no superé y lo trabajo en terapia”, agrega. Ahora, Ivana se prepara para volver a la jaula en Brasil. Su sponsor le pagó el pasaje de ida, ella cubrirá el de vuelta. Será su revancha personal, sin premios económicos de por medio, solo por el honor.
Pero su gran objetivo es Croacia. Del 7 al 11 de octubre, en la ciudad de Porec, se disputará el Mundial ITF 2025 y ella ya tiene el lugar asegurado. Lo que le falta es el dinero. Calcula que necesita cerca de 4 mil dólares para cubrir pasajes, estadía, traslados y viáticos. “Estoy buscando sponsors para este viaje. Yo trabajo en un laboratorio, tengo un sueldo fijo pero tengo una familia, una casa y una vida. Estudio en la Universidad Nacional de la Matanza (UNLaM), y entreno todos los días. La facultad, los transportes, todo es plata. Hago malabares y cuando llega el momento de pensar en el Mundial, me pregunto: ‘¿de dónde saco todo esto?’”, confiesa.
Su rutina es extenuante: de Morón a Pompeya, de ahí a Ramos Mejía, después a Caballito y finalmente a su casa. “Mi vida es el tren, el colectivo, el tatami. El tren es mi segunda casa”, dice entre risas.
Ivana sabe que el taekwondo ITF no es olímpico, que no hay becas, que no hay premios económicos, que todo sale del bolsillo. Por eso, aunque su corazón siempre pertenecerá al taekwondo, sueña con hacer carrera en la jaula. “El taekwondo me dio todo, pero ya no tiene más para darme. La jaula puede ser mi futuro, el lugar donde por fin pueda ganar algo de plata haciendo lo que amo. Hace mucho que estoy compitiendo en taekwondo y nunca me llegó un peso, no va a pasar ahora. Es la realidad”, confiesa.
Ivana Amores pelea todos los días. Contra rivales, jueces, contra la burocracia, la falta de recursos económicos y un sistema que no le ofrece nada. Sin embargo, nunca bajó los brazos. Su padre tuvo mucho que ver en esto y sin dudas ella siente que desde arriba él la mira con un orgullo que va mucho más allá del amor de un padre a una hija.
“Quiero creer que mi viejo se siente recontra orgulloso de lo que hice hasta ahora en el deporte. Por suerte saqué todo de él, su amor por las artes marciales, su forma de ser, cómo encarar la vida, cómo afrontar las cosas que me pasan. Creo que perdí tanto y me levanté tantas veces como lo hizo él. Él estuvo dos años enfermo con su cáncer hasta que de un día para el otro la vida le dijo ‘basta’, se murió de mi mano. Lo fui a despedir, se murió de mi mano y creo que si estoy afrontando todo esto es gracias a él y a lo que me enseñó. Creo que el está muy orgulloso de mi y de hacer lo que me gusta y me encantaría claramente poder saberlo y que me lo dijera”.
Como le enseñó su papá, como aprendió en cada caída, como hace 17 años, cuando empezó a patear por primera vez un tatami. Ahora su sueño tiene fecha y lugar: octubre, Croacia. Y ella, como siempre, está dispuesta a pelearlo hasta el final.